La noche se
ha convertido en fuego y mis dedos no dejan de balancearse por el teclado.
Respiro el
silencio y me vuelvo parte de esa noche.
Pienso en
aguas de otros tiempos, en el frio que producen las despedidas y que algunas
experiencias son eternas; que algunas estaciones no tienen nombre y que una
parte de mi corazón está momificado.
Aúllo frente
al monitor, deseo caricias impropias, canciones llenas de espasmo, un naufragio
ardiente bajo la luna, el aguacero de todos los tiempos.
El final del
cuento me dice que el tiempo es un desfile interminable de fantasmas que no
podemos atrapar, en el que sólo sobreviven los creadores.
Sé que cuando
llegue el momento de ser nadie mis letras todavía estarán para vos, y para
quien quiera leerlas.
Porque ellas,
las letras, son eternas.


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