Bajó del coche sintiéndose muerta. Sacó el
cassette de sus cabellos y entró a la sala de exhibiciones.
Un laberinto de imágenes y paneles uterinos
la envolvieron con el calor de una playa cultivada por napalm.
La crisis conceptual de las esculturas no
podía ser revisitada, pero con la música del cuenco y los latidos almacenados,
el resto de las obras todavía podían salvarse.
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