El hombre de manos doradas tenía una fe violenta en su pueblo y en la belleza del planetario ambulante.
Cuando los invadió la basura, martilló los poemas y se trepó a los campanarios. Esquivó las babas del Diablo y los tendones de la estética perdida.
Con pólvora en los dientes y una bandera colgando de su cuello, apostó a los rugidos inciertos y voló hacia un sitio demasiado lejos.
La rabia de un santo puede realizar cosas increíbles…
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