Nadie recuerda
su nombre.
Sólo sus ojos.
Dos brasas verdes
que miran desde la penumbra,
como si el
tiempo no pudiera tocarlas.
Camina por las
calles mojadas, bajo los carteles que parpadean.
El viento
levanta su abrigo, y el perfume de su piel confunde al aire.
Una radio
perdida suena detrás de una persiana metálica
La canción dice:
El fuego
quema corazones…
A veces, en los
espejos de los bares vacíos, se ve un destello.
No es su
reflejo —es ella misma, pero de otro tiempo, de otro cuerpo.
Y en ese cruce
imposible, siente la fiebre del deseo antiguo que nunca se apagó.
Él la siguió
una noche, creyendo que era amor.
La encontró en
un cuarto sin relojes, sin respiraciones, sin fin.
La piel de ambos
ardía, el tiempo se quebró.
Ella lo besó
hasta que dejó de moverse,
y en su mirada
se encendió otra eternidad.
Al amanecer,
las calles se llenan de nuevos pasos.
Nadie nota las
huellas húmedas que se alejan,
ni la sombra
que, desde una esquina,
vuelve a abrir sus
ojos verdes
esperando
un nuevo e inesperado encuentro.
FDL 2025
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